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Interesante tanto como cínica la postura de quienes, de izquierda o derecha, buscan los liderazgos partidistas en la condición de dinamitar al instituto político y pretender, condición mesiánica y de oferta demagógica, reconstruir o levantar al partido sobre sus ruinas, cuando el adalid aspirante al liderazgo ha formado parte de esa sociedad o grupo que se sirvió de la organización y se encumbró política, social y económicamente.

Columnista del periódico La Crónica de Hoy. Director del portal Entresemana.
Correo: sanchezlimon@gmail.com
Twitter: @msanchezlimon 

Por ello, quienes aspiran a presidir al Comité Ejecutivo Nacional del Partido Acción Nacional, ¿habrán reflexionado acerca de su pasado en el PAN, como militantes distinguidos y, en su momento, parte del jet set albiazul que los alzó al estrellato y los presumió prohombres y mujeres con el sello demócrata y a salvo de las veleidades del poder? ¿Estarán curados de protagonismo?

 

Las ambiciones de poder no son consecuencia de la generación espontánea ni de ocurrencia del momento, son connaturales al ser humano en esta aldea global, mas con acentuada magnitud entre quienes dedican todo el tiempo al ejercicio político.

 

Por eso, Javier Corral Jurado y Francisco Ramírez Acuña ofenden al sentido común cuando plantean su aspiración a presidir al PAN y descalifican a la actual dirigencia nacional blanquiazul y al maderismo que se ha integrado en torno a la candidatura de unidad de Ricardo Anaya Cortés, quien es prácticamente el presidente virtual del panismo, cuestión de la que Gustavo Enrique Madero no ha chistado.

 

La cúpula panista llegó al nivel de sus vecinos de enfrente, a los que criticó en su momento de ultras, demagogos e incluso, en grado extremo de la descalificación, de asesinos.

 

Al PAN lo dañó el poder, como al PRI por su larga permanencia y la generación de tantos intereses y cacicazgos, y al PRD que devino en la atomización de tribus, engendros de caciques locales dueños de cotos que han puesto al servicio del candidato que mejor pague con posiciones.

 

Pero la construcción de la democracia en México necesita de un sistema de partidos políticos, como igual es una bocanada de oxígeno la irrupción de los candidatos ciudadanos o independientes, despojados de apellidos y pertenencias partidistas.

 

Sin embargo, los partidos como entes estructurados con la plataforma para alcanzar el poder, carecen de mecanismos para evitar el acceso y ascenso de personajes cuyas ambiciones demeritan el esfuerzo y objetivos de la militancia y del equipo dirigente, es decir, sin el filtro de una especie de examen de confianza cualquiera con grupo y recursos puede hacerse del poder partidista y llevar al desfiladero al instituto político.

 

¿Eso es lo que ocurrió en el PAN, el PRI y el PRD? Es una perogrullada citar la respuesta, pero dadas las condiciones que privan en los tres partidos, en especial en el PAN y en el PRD que se revuelven en una lucha doméstica por el poder, hay que asumir que ese factor del poder por el poder ha llevado a la atomización del voto de panistas y perredistas.

 

A los maderistas, en el PAN, se les atravesó el grupo de Felipe Calderón, cuya pretendida reinserción en la actividad partidista ha servido más para ahondar las diferencias entre el grupo en el poder y aquellos que han resuelto, vía la descalificación, insertarse en la carrera por la presidencia nacional panista, con la meta de dinamitar la construcción de una candidatura de unidad, que es la de Ricardo Anaya Cortés.

 

El caso del PRD se cuece aparte porque ha encontrado a su principal escollo y demoledor de la estructura partidista, en Morena. Un asunto de familia, bastante doméstico que llevará a ambos a desbarrancar lo que queda de la izquierda en México.

 

En lo que concierne al PAN, el escenario se complica con la irrupción del senador Javier Corral  y el ex gobernador de Jalisco, Francisco Ramírez Acuña, quienes mediante la descalificación de la actual dirigencia, en lugar de sumar restan militancia y hacen el caldo gordo a una elección que se definió desde hace rato.

 

Y no porque sea el dedazo de Gustavo Enrique Madero en la nominación de Ricardo Anaya. No, simple y sencillamente porque el queretano hizo campaña desde la Cámara de Diputados, probó un experimento cuando Madero se fue a buscar la diputación plurinominal y él asumió la presidencia interina del PAN. Nadie se inconformó.

 

Aduce el senador Javier Corral Jurado por qué quiere ser el presidente nacional del PAN: “Al PAN lo han debilitado la corrupción, el compadrazgo, la ineptitud y la onda grupera”. Que se sepa, él es parte de esa estructura del albiazul.

 

Ramírez Acuña se queja de que Acción Nacional sea visto como un partido sin agallas y propone ponérselas.

 

La diputada federal panista por Chihuahua, Rocío Esmeralda Reza Gallegos resolvió en una frase las características de una interna entre Corral y Anaya. A saber.

 

“Javier Corral es un gran legislador para México y Ricardo Anaya será un gran dirigente nacional del PAN, es lo que en este momento requiere Acción Nacional”

 

La legisladora forma parte de la corriente que ha dado todo su apoyo a Anaya. Y se suman los apoyos al queretano, lo demás, son ganas de hacer el caldo gordo y figurar en una contienda doméstica que está definida. Ni Corral Jurado ni Ramírez Acuña se han curado de la enfermedad del protagonismo. Imagínelos dirigentes nacionales del PAN. Conste.

 

MIÉRCOLES. Para el PRI, las cuentas no salen como se esperaba en Campeche. Candidaturas que se perfilaban triunfadoras fueron derrotadas sorpresivamente. Se sospecha de que hubo fuego amigo desde una importante oficina en la capital campechana. Digo.

Aspirantes 

 

 

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