Por Arturo Zárate Vite
Reportero de medios como Radio Mil, Canal 13, La Afición, El Nacional y El Universal. Premio Nacional de Transparencia.
El político “perfecto”.
Para contar
La soberbia política no es exclusiva de ningún país y mucho menos de alguno de los personajes públicos.
No hay necesidad de citar nombres para conocer al practicante, una soberbia que lo ciega y lo hace creer perfecto, mirarse al espejo y negar su realidad.
Quien tiene el poder es capaz de afirmar que el problema de la contaminación está bajo control, aunque los hechos digan lo contrario. Puede pavonearse de que no existe delincuencia organizada en la Ciudad de México, a pesar de que sea evidente para muchos. Sentirse iluminado y soñar que le espera la silla presidencial. Colocarse por encima de cualquier militancia, convencido de que sus virtudes lo hacen ajeno e inmune a vicios partidistas.
Olvidar que alguna vez fue gobernante y no fue capaz de resolver los problemas de inseguridad, pobreza y desempleo. Sentirse la mejor opción y el más honesto del mundo para competir por la presidencia de la República. Creer que su palabra es la única verdad y que su pureza no puede tolerar que dentro de su familia haya quien piense diferente. Desconocer a las instituciones y llamar mafia a cualquier grupo contrario, público o privado.
Sentirse juez y sin investigación alguna ni haber escuchado a las dos partes, emitir sentencia desde un medio de comunicación y esconder la mano si resulta que todo fue una falacia. Jamás admitir que incurrió en una mentira, en ofensa y difamación, sino por el contrario, sostener su dicho y como último recurso dejar de hablar del tema.
Considerarse el mejor estratega económico y atribuir a un efecto externo la devaluación del peso. También culpar a la globalización de la crisis interna, del deterioro del poder adquisitivo y la falta de empleo. La caída del petróleo, también consecuencia externa. Achacar todos los males al exterior, porque en el interior el soberbio se convence de que actúa con acierto, con una alta capacidad como para involucrarse e influir en asuntos que no competen a su posición.
Incursionar en la política con el membrete de un partido para alcanzar una posición pública y presumir que su plumaje es a prueba de manchas. Desentenderse e ignorar el pasado salpicado de crimen y corrupción, para ostentarse como personaje limpio e intachable. Los destrozos que hayan hecho los demás, ponerlos bajo la alfombra, como se puede hacer con la basura en casa.
Jamás aceptar ser un soberbio y mucho menos modificar el comportamiento. Seguir adelante con el proyecto personal, “convencido” de que se actúa en beneficio del pueblo. No hacerle caso a las críticas; de preferencia, no leerlas ni escucharlas. “Voy derecho y no me quito”. Desestimar reclamos de la sociedad y elecciones perdidas, con la “certeza” de que la gente terminará por darse cuenta que el soberbio, que no admite ser soberbio, tiene la “razón”.
Tomar decisiones por encima de la voluntad de los demás, propios y extraños, les guste o no les guste; argumentar que ha llegado la etapa de la renovación y reinvención con nuevas figuras, aunque carezcan de experiencia y autoridad hacia quienes le rodean.
Por ningún motivo aceptar que se ha emitido una resolución incorrecta y en todo momento defenderla como una acción rigurosamente apegada a la ley, al Estado de Derecho.
Navegar con la bandera de la simpatía femenina y creer que la sociedad no tiene memoria ni recuerda la estela de corrupción y sangre que se ha dejado atrás.
Lo peor de un político “perfecto” es que todavía no descubra o no acepte que en estos tiempos la soberbia corre el riesgo de pagarse con la derrota en las urnas.
@zarateaz1