Fue antes de las olimpiadas culturales del 68, aquellas que se orquestaron con celebridades de la síncopa internacional como Duke Ellington o Dave Brubeck en el Palacio Bellas Artes, y bueno, ya que hablamos de las glorias de Don Porfirio, cuentan que fue en sus últimos años de gobernanza que la música afroamericana llega a México, dicen, ya saben que al General le encantaba lo internacional, las cosas de mundo, pero fueron Lerdo de Tejada o el mismo “Ateneo de las juventudes”, quienes no dejaron que el jazz llegara más allá de los burdeles, por ser provocativo para ese aroma de sexo alcoholizado o de sonidos para vagos noctámbulos.
Sí melómanos, así fue, Vasconcelos declararía que sería prohibido ese jazz demoniaco en las escuelas y pensar que ahora, ya hasta varias universidades líricas en el país tienen su propia licenciatura y hasta especialidades… digo, en hora buena.
Esclavitud, clandestinidad, goces mundanos y ¡boom!, resulta que el ritmo roto, por algún tiempo se nos ha vendido como algo “solo para conocedores”, hasta parece slogan de una marca cara de whisky , de esas ediciones de cincuenta años, pero la exquisitez no quita lo barrio, ya que ochentas, noventas y actuales, la modernidad del sonido de la raza negra se experimentaba en El Jazzorca de la Portales con German Bringas, “…pocos, pero había”, así comentan generaciones como la de Alain Derbez, el músico escribano de ese libro gordito y chaparrito llamado El jazz en México. Datos para esta historia.
La otra de letras, es “El Atlas” de Antonio Malacara, ahí ¿Cuántos dicen que son?, oh sí, en la consulta se observan más de setenta festivales en todas las entidades federativas del país, multiplicados por talentos, al cuadrado de promotores y difusores, más toda la fanaticada, la cantidad da por resultado: una vasta escena musical.
Lo que pasa es que, si bien en los últimos años ha existido una apertura cada vez más incluyente, en parte gracias a la rebeldía de las nuevas generaciones, las plataformas digitales y otros tantos motivos que regodean a estos acelerados ritmos afroamericanos, esos que se escuchan en la fusión como elemento folclórico, la academia o una enorme facilidad de aprendizaje en la web si eres más autodidacta. La efervescencia, el delirio, sufre en su ciclicidad, ya que, es cierto que existen y continuaran existiendo festivales, músicos, productores, periodistas o público, el “talón de Aquiles” es que no existe un programa cultural que vincule, esto otorgaría trascendencia, consolidaría los logros de un género que a pesar de haberse prohibido “ya sea por el gobierno o por el tabú clasista”, crece, solo que ahora es necesario otorgarle una posición importante en las iniciativas para creadores, así como darle un lugar de igual importancia en apoyo, como el que se le ha brindado por ejemplo al cine y ¿si no?, entonces nos quedará ese imaginario del que ya por años pudo ser.
Antes, ahora o después, pero el “jazz mexicano”, por ponerle una etiqueta rítmica, encuentra su momento de hacer historia, algunos músicos lo han imaginado y lo logran, pero la inmensa mayoría solo se queda con el llamado “por gusto hermano”. Así que las turcas suenan, pero en la mecánica sincopada el motor está listo, para echar a andar esta maquinaria de contratiempos y al fin transcender.
En el imaginario del jazz mexicano