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No, ningún reportero de aquellos días de 1985 puede sustraerse al recuerdo de la tragedia. Cada quien trae su historia y la volverá a platicar como la ha contado año tras año desde que el luto  plural retornó en el primer aniversario luctuoso.

Columnista del periódico La Crónica de Hoy. Director del portal Entresemana.
Correo: sanchezlimon@gmail.com
Twitter: @msanchezlimon 

La inmensa mayoría de los colegas que este sábado 19 de septiembre escribirá la crónica del acto en el Zócalo de la Ciudad de México, el izamiento a media asta de la bandera monumental y el toque reglamentario de silencio, ése que enchina la piel y obliga al recuerdo, no había nacido en 1985 o hacía sus pinitos o aprendía a caminar.

 

Porque los colegas que recorrieron en esos días de los dos terremotos, el del jueves 19 a las siete de la mañana con diez y siete minutos y el del viernes a las siete de la noche con treinta y siete minutos han rebasado, sin duda, el medio siglo de vida. Los jóvenes abuelos de los terremotos que sacudieron a la Ciudad de México y provocaron la pérdida de miles de vidas.

 

Y los que se fueron en este tranco de tres décadas, compañeros que escribieron las notas de la tragedia y la describieron con el intenso temor oculto porque en este oficio está prohibido tener miedo, porque la capacidad de asombro debe ser acicate para ilustrar a lectores y radioescuchas y incluso televidentes que no entenderían el tamaño de la reacción de la naturaleza.

 

¿Quiénes emprendieron el camino rumbo a la conferencia de prensa en el limbo sin posibilidad de cobertura del trigésimo aniversario luctuoso del terremoto del 19 de septiembre de 1985?

 

Cada quien su historia, cada quien con las pinceladas y retazos de fotografía en blanco y negro de lo que vieron y describieron, de lo que contaron en esos días de penumbra y luto, de dolor atorado en la garganta, del olor a muerte que nos acompañaba en las redacciones, luego de la cobertura en edificios derrumbados donde nos acostumbramos al dulzón sabor que deja el hedor de muerte.

 

Y mis colegas de El Universal Gráfico y de El Universal que se fundieron en una redacción y todos fueron reporteros y armamos las ediciones extra del diario. ¿A quiénes nombramos? A Mario Peralta Viveros, Saúl López Robles, Enrique Sánchez Márquez, Jorge Roldán El Gato que se fue a vivir a Pachuca acicateado por los temores; Mario Cedeño, Ariel Ramos Guzmán –que se adelantó hace unos meses y se llevó la extraordinaria crónica de esos tiempos en la privilegiada memoria de reportero--, Luis Sevillano, Micaela Albarrán, los auxiliares como Calderón y Roberto, Alberto Rocha Cadena y mi jefe Roberto Hernández Hinojosa y Bertha Fernández y…

 

Tarea de reporteros del desastre, los compañeros de otros diarios que nos uníamos en una singular fuente del terremoto y husmeábamos en las zonas colapsadas, como le llamó el entonces regente Ramón Aguirre Velázquez, que quiso ser Presidente y fue negociado como gobernador en Guanajuato.

 

Jaime Contreras, Perla Xóchitl Orozco Webster, Martha Anaya, Elena Gallegos, Emilio Lomas, Martín Moreno, Efraín Salazar con esa experiencia compartida en la cobertura de otra tragedia nacional, la explosión del volcán El Chichonal en Chiapas, límites con Tabasco; Aurelio Ramos, reportero de Excélsior; Fernando Ramírez de Aguilar, Rebeca Lizárraga, Enrique Aranda, Herminio Rebollo y Eduardo Arvizu que entonces se ganaba la chuleta como agregado de prensa en la embajada de México en España, vínculo con el télex de El Universal.

 

Cada quien su historia de esos días del 85, de septiembre de 1985 a partir de la mañana del jueves 19 de septiembre. Oficialmente se alude a las 07:17 y segundos que frisan los 18 minutos mas la generalidad sostiene que fue a las 07:19 cuando ese sismo de tragedia sacudió al Valle de México y nos generó el espíritu de solidaridad y cada quien en su historia ayudó donde pudo y a quien pudo.

 

Y la réplica que nos sorprendió en el cuarto piso del edificio de El Universal y que dobló a quienes no deben tener miedo e hincó a los más pintados porque traían en la memoria la película de los cadáveres que comenzaban a ser tendidos en el parque Delta de beisbol, o los cuerpos que eran sacados de entre los escombros.

 

No, nadie puede sustraerse a esta fecha ni evitar un escrito, una nota, una crónica, una plática compartida con los colegas más jóvenes, con las reporteras que se fajan en las coberturas y escuchan atentas las historias de quienes vivimos esos días de muerte y solidaridad, de miedo disfrazado con sonrisas nerviosas porque entonces debía transmitirse solidaridad, confianzas.

 

En la víspera había llegado procedente de Mérida, porque en Campeche no había vuelos. Había acudido a la toma de protestas de mi amigo Abelardo Carrillo Zavala, como gobernador de Campeche; la amistad la trabamos antes de que en su vida de dirigente sindical y entonces diputado federal, apareciera la insinuación de don Fidel Velázquez para enfilarlo candidato a la legendaria tierra de Ah Kim Pech.

 

Y entonces mi departamento en la Unidad La Valenciana se movió como caja de un lado a otro y se sacudió son más problemas que la caída de objetos mal puestos, porque la virtud de su construcción eran sus pilotes hidráulicos. Y Brenda, Yazmín y Moy, mis hijos, impactados abrían los ojos en busca de una respuesta a la urgencia de buscar cobijo bajo sus camas.

 

Ese día y los que corrieron sin freno, sin fecha porque la reporteada no tenia reposo y llevábamos el recuento de muertos y escribíamos las crónicas de lo que ocurría en las zonas devastadas de la Unidad Tlatelolco, en la colonia Roma y en la Tabacalera, en la Tránsito donde cientos de trabajadores de talleres de costura perdieron la vida y ofendía el inhumano y frío proceder de los dueños de esos negocios que buscaban con urgencia máquinas de coser y rollos de tela y sus dineros que importaban más que la vida de sus trabajadoras.

 

Esos días del 85; esos reporteros que compartíamos la nota y el asombro frente al rescate de uno de los primeros niños del Hospital Juárez. ¡Ah!, los topos, los rescatistas, los bomberos, los estudiantes que se sangraban las manos en la remoción de escombros.

 

Y luego, pasados los días, los meses, cuando comenzaban a cerrarse heridas, teníamos que reportear la infamia, la indignante acción de individuos que medraban con el auxilio internacional, con medicamentos, casas de campaña, ropa, alimentos enlatados. Y veíamos caer famas y funcionarios como Guillermo Carrillo Arena, entonces secretario de Desarrollo Urbano y Ecología, acusado de haber autorizado, en su momento, construcciones en las que se utilizó material de segunda para ahorrar y hacer fortunas con la venta de inmuebles a precio de oro.

 

Hace tres décadas, la memoria y las ganas de seguir vigentes. Un homenaje a mis colegas de esos días, jóvenes abuelos. Ausentes y vigentes. Mi reconocimiento a todas y todos. El año que entra volveremos a contar la historia de esos días del 85. Conste.

­­Esos días del 85

 

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