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  Con Francisco Lizarazo

 Periodista comunicador social, catedrático y Director del portal Visiones Particulares

 

Inocencia perdida en "Rodillas Negras"

Podía haberse llamado Federico, Francisco, Fabricio, Facundo, porque como dice el poeta venezolano Andrés Eloy Blanco “Cuando se tiene un hijo se tienen todos los hijos”. Era un niño juguetón, solía juntar ramitas de colores, o las clasificaba por tamaño. Se le veía en la calle jugando, sus rodillas eran negras como sus pantalones cortos. Siempre estaba acompañado de su perro, su amigo fiel, que lo seguía saltando y girando a su alrededor. Pero ese niño ya no está…Lo mató la guerra.

 

El 14 de junio de 1982, Margaret Thatcher comparecía en el Parlamento británico para informar de la rendición de Argentina y el fin de la Guerra de las Malvinas. Ese mismo día, pero en el 2015, subió a escena “Rodillas Negras” una obra teatral de Andrea Campos, en memoria a los Héroes de Malvinas, que se presentó en el teatro El Pasillo de Jujuy.

 

La obra plantea lo que sucede en las confrontaciones bélicas, la muerte de los inocentes, niños, padres, madres, hermanas, hermanos, tíos, sobrinos, que son la consecuencia o los “daños colaterales” cuando la violencia se impone al diálogo.

 

Oficialmente, en “los poco más de dos meses que había durado la guerra, habían muerto ya 655 argentinos por 255 británicos”, de acuerdo a abc.es. Pero esos decesos se refieren a los militares caídos durante las acciones bélicas, pero ¿qué pasa con las cifras de civiles fallecidos?, los hombres, mujeres y niños que no pidieron esa guerra, pero que debieron sufrirla.

 

Al inicio de la obra, vemos una tensa calma, escenas que se congelan en el tiempo, músicos que entre melodías tristes nos van llevando por los lamentos de quienes en escena recuerdan – casi en susurro – cómo era aquel niño, cuyo nombre a la larga no importa, sino lo que representa, jugaba pero ya no está. En este momento la escena recuerda a la película Titanic, cuando mientras la gente huye del barco que se hunde, la orquesta sigue interpretando música. Este tratar de distraer puede semejar a lo que pretendía el general Leopoldo Galtieri, presidente de Argentina en ese momento, al asegurar que “estamos ganando”, cuando la realidad era muy distinta.

 

Andrea Campos en su condición de dramaturga/directora recurre a lo onírico, un espejo, unas flores amarillas, trocitos de madera, para suavizar – en lo posible – un tema que aún es difícil de asimilar por los argentinos, pero que también refleja el horror de cualquier guerra, trascendiendo de esta manera el tema a un sentimiento universal. Los niños, mujeres, hombres no solo han muerto en Las Malvinas, las guerras han existido y existen en la actualidad en muchas partes del globo que llamamos Tierra.

 

María Galán, Eugenia González, Julia Suarez, Emilio Smith, Rubén Iriarte e Ismael Campos asumen los personajes creados por Campos y como en Fuenteovejuna todos son el pueblo, donde no hay protagonistas, solamente víctimas, porque los seres humanos somos hijos, padres, hermanos, esposos y todos nos vemos afectados cuando la guerra nos ataca.

 

La dirección musical es de Federico Giriboni y la asistencia técnica de Saturnino Peñalva.

 

Al final, los actores se marchan, dejando el espacio vacío, solamente con la bandera en escena, pero no es un símbolo patrio para celebrar, porque con ella se está envolviendo el ataúd de Federico, Francisco, Fabricio, Facundo solamente conocido como el niño de “rodillas negras”, una imagen que sirve de recordatorio de que los inocentes son las principales bajas en las guerras y que estas solamente terminarán cuando quienes las promueven y las dirigen sean los primeros en la línea de fuego, o esa es mi Visión Particular.

 

@visionesp

 

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