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Mercadóloga y publicista por profesión, indagadora de la diversidad en las artes por convicción y pertenece al equipo de prensa del Centro Cultural Helénico.

 

 

 

Ires y venires

En esta Ciudad de México donde el viento sopla “recio” como dicen los mayores, el argot mexicano hace mofa y encuentra puntos de gracia para sonreír con los ires y venires del aire, que ha logrado circular aún por el máximo permitido en ciertas vialidades.

Me deleita pensar que la naturaleza se comunica con nosotros, a través de un multilenguaje singular, a veces es el cielo con sus figuras plasmadas en las nubes, otras es el arcoíris que causa significación diversa y en  la lluvia que riega la tierra y hace florecer o crecer nuestros próximos alimentos. 

 

Éstos días de viento casi asolador  la cuestión viene a mí, ¿qué desea comunicar? ¿Será una solicitud para extirpar aquello que sobra en las creencias, hábitos, necesidades impuestas, nuestro entorno?, si bien la impresión de lo que vivimos es variable de acuerdo a lo que sucede en nuestro interior y en la forma como exteriorizamos la contemplación; hoy al salir de casa protección civil ya había cortado un árbol completo como medida previsora a las inclemencias antes mencionadas, un ser mágico compartía conmigo que los árboles son guardianes de la tierra y añado que son seres vivos con mística, vida y memoria, ojalá que como cohabitantes de esta Ciudad tengamos la fortaleza de caminar contra aquellos vientos que prevalecen en el ambiente y no dejemos encallada a nuestra íntegra humanidad en ningún lugar. Y en temática de inclemencias, comparto un cuento que surgió en mí hace tres años.

Refugio

“No importa que dure solo un momento…viviré al amor”, era una frase sellada en la mente de Aurelio después de que leyó una novela que Clara, amiga de su juventud le compartió.

 

Aurelio no sabe con precisión cuando se convirtió en un bohemio, solo ubica que fue cuando perdió su trabajo como mensajero en la comisaría, empezó a tocar la guitarra para distraer su mente del ocio, después le tomó estima e inició tocando los viernes en el bar frente a la comisaría, así descubrió una nueva forma para ganarse la vida, hasta que se dedicó a ello de tiempo completo y en una de sus noches de rutina musical que solía disfrutar, la miró, ella entró tímida y así permaneció el resto de la noche, pero Aurelio ya había puesto su mirada en ella, Irene era la nueva maestra en el pueblo, vivía en la pequeña casa de ladrillos con la cerca blanca, junto a la casona de los perros. Él quedó cautivado desde que la vio por vez primera, encontró con el paso del tiempo la forma de caminar con ella y entrar hasta su corazón, en pocos meses se comprometieron, tenían sueños y planes como es propio de los enamorados. 

 

Se mudaron a una casa mediana, les gustaba salir el fin de semana, descubrieron algunos gustos compartidos, uno de ellos era preparar mermelada de arándanos la cual se convirtió en la favorita del pueblo, y también les otorgaba un ingreso extra para cuando la familia creciera. Fue doloroso para Irene saber que no podría concebir, a Aurelio le dolió más la tristeza de su mujer que la noticia, sin embargo la felicidad acompañó sus días, ahorraron suficiente y compraron el barco de Vichenzo Cardani trajo de Italia, la demanda de sus pedidos de mermelada aumentaba, la panadería de Lucrecia era quién más requería de sus servicios.

 

“Una crueldad contada con romanticismo puede ser matizada”
Lia Ostrowski

El barco fue nombrado por ellos “El Refugio”, porque cada fin de semana andaban mar adentro, con frecuencia los acompañaban niños del pueblo alegrando el corazón de ella. Un sábado por la tarde debido a un pedido pendiente para Lucrecia, Irene decidió permanecer en casa y Aurelio partió en el Refugio a navegar, ésta vez sin niños porque él no contaba con la paciencia para instruirlos como ella, aquél sábado de trabajo Irene terminó extenuada y durmió profundamente, soñó con las olas del mar, en su cobijo y en el bienestar producido por escuchar el mar y el viento haciendo su fusión, en cuánto bien le había hecho pasar tiempo de su vida en el refugio del mar., sonreía porque en sus sueños Aurelio era el caballero que alegraba su corazón, esa noche lo soñó, fue una con el respirar de su hombre, así como con el silbido del viento, aquel sueño la arrulló y lo soñó tan joven y galante como hace 25 años cuando se conocieron. Y así  durmió profundamente, al despertar, él no estaba a su lado, corrió al malecón y no encontró El refugio, tampoco Aurelio estaba, los capitanes de barcos vecinos le explicaron que durante la madrugada hubo una fuerte tormenta, que ya había una comitiva  buscando los barcos extraviados, de eso hace ya cinco años, Irene cada tarde después de sus clases va al malecón, para oler, quizás mirar el regreso de Aurelio.

 

La noche de su aniversario, mientras  Irene dormía, escuchó la voz de Aurelio que decía: “No importa que dure solo un momento, viviré al amor”.

 

Irene despierta sonriendo, sabe que ella fue el momento de amor de Aurelio y ahora solo visita el malecón para oler, recordar, inspirarse y continuar.

El huésped recomendado esta ocasión es el cuentista y novelista  argentino,  Adolfo Bioy Casares, con su libro “Historias fantásticas” donde a través de catorce relatos muestra sus diversas facetas, sabe jugar con lo fantástico, lo policíaco e incluso lo inexplicable; puede apreciarse su forma de sazonar lo humorístico con lo cruel, la pasión amorosa es recurrente  en sus letras pero no de la tradicional forma romántica. Esposo de la también escritora Silvina Ocampo y aprendiz de Jorge Luis Borges, que nos lleva a la segunda recomendación con uno de los libros que escribieron juntos, “Nuevos cuentos de Bustos Domeq”.


 

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