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El jueves pasado tuve la fortuna y honor de ser invitado por Serafín Aponte -destacado bailarín y activista afromexicano- al foro Antirracismo en América Latina en una era “post-racial” (LAPORA), proyecto de investigación sobre las prácticas y discursos antirracistas en Brasil, Colombia, Ecuador y México. Mi sorpresa fue ver que LAPORA no cuenta con apoyo de algún organismo o institución pública mexicana o latinoamericana, el financiamiento proviene de la University Of Cambridge, The University of Manchester y la Economic & Social Research Council.

 

Las investigadoras y académicas Mónica Moreno e Isela Carlos Fregoso, expusieron que el racismo suele manifestarse tanto en el rechazo por el color de piel, tradiciones o vestimenta, pero el más peligroso es aquel que no se expresa, el de los prejuicios, aquí lo traduzco como… la hipocresía social y política.

 

En las mejores prácticas antirracistas, detallaron que se requieren mayores proyectos artísticos y culturales para combatir el racismo, ya que otorga reconocimiento a los afrodescendientes y es un recurso poderoso para visibilizar. También dentro del foro, se presentó el Calendario 2019 del colectivo Huella Negra, integrado por el fotógrafo Hugo Arellanes, la joven reportera Diana Pinacho y el activista de origen afromexicano Manuel Antonio. 

 

En este tenor, el argumento de la Conferencia General de la UNESCO en la declaratoria del Jazz como Patrimonio Intangible de la Humanidad en el 2011, subraya: “La historia del jazz se enmarca en los esfuerzos por la dignidad humana, la democracia y los derechos civiles. Sus ritmos y su diversidad han reforzado la lucha contra todas las formas de discriminación y de racismo. La UNESCO cree en el poder del jazz como motor para la paz, el diálogo y la comprensión mutua”. Así que, para la UNESCO, el jazz es más que música, es una identidad de la afrodescendencia en el mundo.

 

El jazz mexicano sufre falta de continuidad, requiere mayores becas, más licenciaturas y un andamiaje a nivel federal. El punto no es politizar el ritmo roto en México, sino que cuente con una estructura que facilite su desarrollo con sentido social, un ejemplo es el soul o el funk que dieran empuje al discurso por los derechos civiles de los afroamericanos allá en los años sesenta. La síncopa mexicana puede funcionar como plataforma artística que visibilice la afromexicanidad y que acompañe la lucha por sus derechos constitucionales.

 

Nos encontramos en un momento donde el jazz mexicano surge en cada estado de la República, el reto es vincular, contar con un propósito tan profundo como lo es su música, abrir las puertas a las nuevas generaciones, eliminar la falsa idea de la “erudición sincopada”, mostrar sus orígenes y destacar nuestras raíces… así los sueños del escribano que se debe al gremio de la música negra, que se estremece ante las palabras del gran ministro de Atlanta, Georgia:

 

“¡Hoy tengo un sueño!, cuando repique la libertad y la dejemos repicar en cada aldea, en cada estado y en cada ciudad, podremos acelerar la llegada del día cuando todas las mujeres y hombres, negros y blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, puedan unir sus manos y cantar las palabras del viejo espiritual negro: "¡libres al fin! ¡libres al fin!... ¡somos todos, libres al fin!”. Martin Luther King. 28 de agosto de 1963.

El corrector de texto subraya en rojo afrodescendencia y afromexicanos, increíble que hasta en la gramática digitalizada en español latinoamericano exista esta falta de visualización, pero una de las causas del racismo es eso, la invisibilidad que existe es tal, que el tema ha permanecido en el olvido por centurias. En Estados Unidos, la segregación fue debido al autoritarismo y sometimiento realizado por la “sociedad blanca”, pero en México y varios países latinoamericanos, es por ignorancia. El jazz puede servir como una herramienta poderosa de antirracismo y como un agente de concientización.

Jazz mexicano… para visualizar nuestra afrodescendencia

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