Dos personajes de estaturas muy diferentes en la historia de México. Uno calificado por la narrativa oficial como un “dictador” que estuvo en el poder alrededor de 30 años. El segundo tiene entre sus logros y saldos más de 70 mil muertos en su sexenio, 20 mil desaparecidos y escándalos de corrupción.
En estos días de resaca por las que yo recuerdo las menos fervorosas fiestas patrias en varias décadas, luego de un año plagado de casos como la desaparición de los 43 normalistas, escándalos de corrupción con inmobiliarias amigas del gabinete presidencial y unos festejos en el Zócalo pasados por cateos, acarreos y lluvias, se revivió en el país el tema de la repatriación de los restos del presidente Porfirio Díaz.
Debates en la prensa, programas y series de televisión nacional y extranjera exponiendo la biografía del general oaxaqueño que se autoexilió en Francia, después de renunciar a la Presidencia de la República, marcaron estos festejos de la Independencia de México.
La historia oficial o por lo menos las que enseña a millones de niños de educación básica, se ha encargado de crear en la figura de Porfirio Díaz al peor de los “villanos” de la historia del país, sin matices, sin claroscuros, sólo resaltando su afán por reelegirse, por combatir a sus críticos y a la oposición.
Sin embargo, muchos de los últimos mandatarios e incluso el actual Presidente de la República, no lograron, ni por asomo, lo que Porfirio Díaz bajo su gobierno de “orden y progreso”: estabilizó un país políticamente revuelto, pacificó a la naciente nación, atrajo capitales extranjeros y lograr el respeto desde otras naciones hacia México.
Porfirio Díaz, en pocas palabras, desarrolló la economía y la infraestructura del país. Es más, ningún presidente en los últimos 100 años ha agregado prácticamente nada a la red ferroviaria del país, ya que durante su mandato construyó 25 mil kilómetros de vías; fortaleció la red telegráfica y construyó dos puertos, en el Pacífico y en El Golfo de México.
Las principales edificios emblemáticos de la Ciudad de México son su obra: Bella Artes, El Palacio de Correos de México, el Angel de la Independencia, a la par de que estableció una política industrial, minera y agrícola, en zonas como La Laguna, Morelos y Yucatán.
Felipe Calderón Hinojosa, quien se pasea sin problemas por el país y asiste a conciertos en el Auditorio Nacional y a quien por cierto, al igual que todos los ex presidentes del país, con excepción de Ernesto Zedillo, se le paga una pensión millonaria mensualmente, en sólo seis años logró impulsar dos importantes industrias: las funerarias y el género literario de la narco-novela.
Sólo algunas cifras del calderonismo: 71 mil ejecuciones con su alta cuota de daños “colaterales” por su fallida Guerra contra el Narcotráfico. Organizaciones de familiares de desaparecidos han señalado que del 2006 al 2012 se registraron más de 20 mil desapariciones en el país.
De acuerdo con la CNDH, 5 mil 397 personas han sido reportadas como extraviadas nada más en la administración de Calderón, y 8 mil 898 cadáveres no identificados.
Asimismo, la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH) de Chihuahua documentó 12 mil niños huérfanos por la violencia en Ciudad Juárez, 120 mil personas desplazadas por la violencia según información de la Comisión de Seguridad Pública de la Cámara de Diputados, y más de 40 mil mexicanos piden asilo político, de acuerdo con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
Los descendientes del presidente Porfirio Díaz impulsan la repatriación de sus restos a México. La mayor parte de la clase política no se ha pronunciado o ha señalado que no es oportuno el momento. Otros campantes, “haiga sido como haiga sido” se pasean con cargo al erario, opinan, se jactan de sus logros, asisten a conciertos, opinan y nadie recuerda sus “logros sexenales”, tal vez porque están enterrados en la paz de los sepulcros.
Por qué Felipe Calderón sí y Porfirio Díaz no
Tal cual
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