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Por Arturo Zárate Vite

Reportero de medios como Radio Mil, Canal 13, La Afición, El Nacional y El

Universal. Premio Nacional de Transparencia.

 

Prigione en México

 

Esta vez te vas a enterar de una historia inédita sobre el nuncio Girolamo o Jerónimo Prigione, artífice del establecimiento de las relaciones diplomáticas entre México y el Vaticano, en el sexenio de Carlos Salinas.

Se trata de un capítulo del libro Relaciones “Iglesia-Estado, Prigione en México”, escrito por Elías Cárdenas Márquez, ex diputado local y federal, fundador del partido Convergencia, ahora Movimiento Ciudadano. El texto todavía está en los talleres de la editorial Miguel Ángel Porrúa (MAP).

 

Cárdenas Márquez se convirtió en uno de los grandes amigos en México del famoso nuncio apostólico (QEPD), que tenía una habilidad extraordinaria para hacer política y conectarse con los políticos. Lo que cuenta el ex diputado en su libro lo vivió o se lo contó el propio Prigione.

 

El capítulo IV, entre otros puntos, hace precisiones sobre el encuentro de Prigione con los hermanos Félix Arellano.

 

Capítulo IV

 

Tijuana, California, está llena de realidades, fantasmas, mitos y leyendas. Como ciudad fronteriza se lleva las palmas entre todas las que colindan con Estados Unidos de América  (aún a la populosa Ciudad Juárez, que se le cuece aparte) que se ubican en Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila, Chihuahua y Sonora.  Todo se confunde en ella, patriotismo, prostitución, nacionalismo, drogas, centros nocturnos, migrantes, políticos, traficantes, magnates, polleros, y toda la fauna de acompañamiento que converge en la ciudad más visitada de México, por turistas y no turistas, migrantes y contrabandistas. Existen, obviamente, en las clases medias y bajas, personas de  gran honestidad, trabajadoras y valientes, que han hecho de aquella ciudad su hogar, el de sus hijos y nietos, que labraron y labran su porvenir y sus sueños en el día a día. Población en que el peligro y la inocencia se besan y la arrogancia de unos pocos, convive con la  humildad de muchos. Contrabando y negocios tienen una línea muy delgada que no se distingue a primera vista. En esta amalgama de posiciones encontradas y verdades contradictorias también se ubican las iglesias y sus representantes más conspicuos, como son arzobispos, obispos y párrocos y sacerdotes - los de la Piel de Tambor de Arturo Pérez Reverte, que lavan la cara de la iglesia católica con su trabajo eficaz y cotidiano - que llevan su palabra enviada desde el más allá a su feligresía terrenal.

 

Gerardo Montaño Rubio, fue un sacerdote afortunado que finalmente cavó en sus propias redes su  desgracia. Nacido el 20 de junio de 1951 en el estado de Hidalgo, del altiplano de México, llegó a Tijuana, estudió su carrera de clérigo, se recibió a los 22 años de edad, y fue ordenado sacerdote por el Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo. Fue, la mayor parte de su vida protegido por sus superiores y tuvo, si así puede calificarse, éxito en su carrera eclesial y en su vida personal. Personas que le conocieron lo recuerdan como una persona amable y trabajadora, servicial y cercano a la gente. Escaló, gracias a su empeño y personalidad, puestos de importancia en el clero local, como ecónomo del Seminario de Tijuana, Rector del Santuario de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, y cercano colaborador del entonces obispo de Tijuana, Carlos Emilio Berlié Belauzarán, actual Arzobispo de Yucatán. Construyó obras importantes para la iglesia, destacando el Seminario del Río en Tijuana y templos  construidos o remodelados. Para edificar sus obras se valió de las cuantiosas “limosnas” y diezmos  recibidos de políticos, empresarios y narcotraficantes. Su amistad con la familia Arellano Félix lo llevó al grado de  inventar actas de bautismo apócrifas para ayudarlos y con ello probar que Ramón y Benjamín habían estado en los bautizos de sus hijos, y no en Guadalajara, durante el asesinato del Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo. De estos últimos, partió la mancha por la que saltó a la fama nacional e internacional, en uno de los incidentes más oprobiosos para la iglesia católica vivida en medio de una tempestad que le afectó hasta los últimos días de su vida.

 

“Fueron las cartas del sacerdote Montaño - las que dirigió al Papa mediante la nunciatura - las que originaron que yo recibiera a los hermanos Arellano Félix y al propio Montaño.”, me dijo Jerónimo Prigione, una tarde cualquiera de 1994, frente a una taza de té, en la residencia de las calles de Felipe Villanueva, hoy Juan Pablo II, cuyo cambio de nombre se debió a la iniciativa de Manuel Camacho Solís, ex Regente de la Ciudad de México. “Me fue recomendado por el obispo Emilio Berlié para que los recibiera y escuchara su testimonio en el sentido de que ellos eran inocentes en lo que se refería al asesinato del Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo y que sólo querían un juicio justo ante las autoridades competentes” continuó Prigione. “Me pidieron que se lo hiciera saber al Presidente Carlos Salinas de Gortari, a lo que accedí y me entrevisté con el Presidente, para hacerle saber tal hecho y petición de los hermanos Arellano Félix. El Presidente se comunicó telefónicamente con el Secretario de Gobernación, Patrocinio González Garrido, y  llamó a los Pinos al Procurador General de la República, Jorge Carpizo Macgregor. Le dio instrucciones de que se procediera conforme a la ley. Me regresé a la Nunciatura y esperé por un largo tiempo. Nadie se presentó para cumplir las órdenes y no tuve más remedio que dejarlos ir” prosiguió el diplomático del Vaticano. “Por otra parte - al responder a una pregunta mía puntualizó con firmeza - yo no recibí en confesión a los Arellano Félix. Esa es una mentira difundida por los medios de comunicación. No violenté, en ningún momento, el secreto de la confesión”.

 

La mañana del 11 de enero del 2010, el Obispo de Ensenada, Sigfrido Noriega Barceló, descubrió sin vida el cuerpo del padre Montaño, en la casa parroquial de Ensenada, donde había sido destinado éste después del exilio por seis años a Sacramento y San Diego, en California, Estados Unidos; después  de su insólita visita con los hermanos Arellano Félix a la Nunciatura, calificado por muchos analistas mediáticos, como el escándalo mayor de la narcoiglesia o de las narcolimosnas. Murió a la edad de 58 años, a consecuencia de un coma diabético, según la certificación oficial, fue cremado y sus cenizas  llevadas a Tijuana, donde se celebró una misa solemne  en la que el Obispo oficiante dijo: “Cualquier muerte de cualquier ser humano empobrece a la humanidad. Es una vida que se apaga con todo lo que haya vivido y experimentado. Le pido a Dios que le perdone sus pecados y que nuestro señor lo acoja en su misericordia” . El sacerdote Gerardo Montaño Rubio, se dijo en medios informativos locales “jamás se arrepintió de sus actos” y  “murió tranquilo y en paz“.

 

No puedo resistirme y porque viene al caso relatar la sazonada platica que a continuación hago constar. En una cena ofrecida por Mario Rodríguez González, amigo mío, días antes de tomar a su cargo la diócesis de Saltillo, Coahuila, nos contó  José Raúl Vera López, sobre las narcolimosnas. “Sucedió que en un pueblo vivía un narcotraficante- relató el prelado- cuyo cariño mayor en su vida era su  perro. Le pidió al cura que bautizara a su fiel amigo. Le ofreció reparar la iglesia que estaba en muy malas condiciones, firmando un cheque por una buena suma. El cura, irritado se negó, porque el bautismo de animales no es posible. Pero el individuo insistió y le extendió otro cheque por mayor cantidad para que reparara la casa donde vivía el cura. Este volvió a negarse. De pronto llegó  una monja   desesperada y con lágrimas en los ojos, y le dijo al párroco que  no había ni  un grano de arroz en la despensa del hospicio para los niños huérfanos. El traficante, vio la oportunidad y le extendió un cheque por una suma más abultada. El sacerdote le dijo al traficante: “bueno trae a tu perro mañana para bautizarlo”. Y así lo hizo. Pero aquello llegó más rápido que un misil a los oídos del señor Obispo, quien inmediatamente mandó llamar al prelado para reprenderlo por tal acto bautismal. Su Excelencia -le dijo compungido el párroco- resistí hasta donde pude pero me venció el hambre que sufrirían los niños. Y enseguida le mostró lo cheques recibidos. Al ver las cantidades de éstos, el Obispo exclamó: ¿Oye, y no querrá que yo le confirme al perro?

 

Vite10@hotmail.com

@zarateaz1

 

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