Ricardo Anaya Cortés formaliza su aspiración de buscar la presidencia nacional del PAN y se instala como singular catalizador de un diferendo entre las dos corrientes que se disputan el control del Partido Acción Nacional: los maderistas con la sartén por el mango y los calderonistas disminuidos y cercados.
Columnista del periódico La Crónica de Hoy. Director del portal Entresemana.
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La tregua que los bandos albiazules se dieron para cerrar filas y enfrentar la contienda comicial intermedia concluyó. El saldo no es del todo favorable, pero no fue en forma alguna la debacle partidista; a diferencia de lo ocurrido en el caso del PRD que se desgajó y aportó su cuota a Morena, triunfos como el de Francisco Domínguez Servién, en Querétaro, dejan de lado cualquier reproche por haber retrocedido unos puntos en la representación en la Cámara de Diputados.
Así, la aspiración y propuesta de Anaya se tejen entre la unidad y la reconciliación, sin rencores ni resentimientos y con ausencia de culpas ajenas. Una especie de borrón y cuenta nueva, aunque entre los damnificados del domingo 7 de junio y los que el partido arrastra desde antes, durante y después de la elección presidencial de 2012, no se observa una tendencia motu proprio para cerrar filas permanentemente.
Por eso, de acuerdo con este singular destape mediante un video enviado a la militancia albiazul y los medios de comunicación, Anaya requiere algo más que buena voluntad. Su programa de trabajo se otea sustentado en una especie de operación cicatriz, de aquí a septiembre próximo, cuando Gustavo Enrique Madero Muñoz deba dejar la presidencia nacional del partido y centrar su actividad en la coordinación de la bancada del PAN en la Cámara de Diputados.
Sin embargo, para Ricardo Anaya no se espera un día de campo en la contienda interna por la presidencia nacional panista. Su paso como secretario general del CEN del PAN y el breve tiempo que suplió en la presidencia partidista a Madero Muñoz, sumada al año que presidió al Comité Directivo Estatal del PAN en Querétaro, le han permitido, sin duda, tejer alianzas, conocer las debilidades del partido en la geografía política nacional, pero al contendiente se le conoce hasta que se le enfrenta, verdad básica de campaña.
Por eso, si por ahí anda Margarita Zavala Gómez del Campo, la figura central del calderonismo, a la que se suma los corderistas con la fuerza de sus senadores, entonces Anaya deberá evaluar el alcance de las propuestas que expuso en esa reunión en el CDE del PAN en Querétaro, cuya edición lo presenta como un político de la nueva generación, fresco, respetuoso de los valores familiares y sobre todo propositivo, ajeno a la beligerancia verbal y divorciado de los fundamentalismos que suelen darse también en la derecha.
Esa imagen tiene su fundamento, consecuencia de un trabajo de interrelación y acuerdos con otros líderes partidistas. Y, mire usted, no se trata de ser panegirista o aplaudidor de un político. En estos días y luego de la novedad que ofreció la jornada electoral del pasado domingo siete, hay que analizar puntualmente a figuras que, con sus bemoles y evidentes apoyos económicos de empresarios del norte y centro del país, trascendieron como candidatos ciudadanos y ganaron los comicios.
Los partidos todos, todos, entonces requieren revisar sus estructuras y oferta; el ciudadano es más participativo, aunque no vacunado contra la demagogia que en la Ciudad de México llevó agua a las fuentes del PRD y de Morena que, para el caso son lo mismo.
Empero, cuando Ricardo Anaya Cortés asumió la presidencia de la mesa directiva de la Cámara de Diputados, en septiembre de 2013, llevaba el beneplácito de los coordinadores de las ocho bancadas que integran a la LXII Legislatura en vías de extinción. No hubo quien, de entre ellos, cuestionara la unción del joven queretano, cuya carrera despuntaba en las ligas mayores de la familia política mexicana.
Esa fue una buena señal para el PAN, en el momento en que enfrentaba los escenarios críticos posteriores a la pérdida de la Presidencia de la República y sus prohombres desgarraban al partido y lo encaminaban a escenarios de crisis que amagaban con llevarlo, por antonomasia, al desfiladero en los comicios intermedios del siete de junio de 2015.
¿Será Ricardo Anaya el dirigente que requiere el PAN para reencontrarse y revisarse para participar el año entrante en la elección de once gobernadores y preparar el terreno para la elección presidencial de 2018?
Porque, sin duda, vende más la imagen y discurso de Anaya que las de Madero, apuntado para buscar la nominación de Acción Nacional a la Presidencia de México. Por tanto, no hay que descartar al joven panista que, en una carrera política de 18 estaría disputándole a Gustavo Enrique la candidatura presidencial, con suficientes posibilidades en caso de que haga un buen papel en la presidencia panista y logre la armonía de su cúpula.
En este mensaje en vídeo, del balance de las elecciones del domingo pasado y su anuncio formal de postularse a la presidencia nacional del PAN, sostiene que las elecciones son lecciones y, acota, “la gran lección de esta elección, es que los ciudadanos están verdaderamente hartos de la corrupción, hartos de los políticos de siempre”, un mensaje que ya se le conoce pero siempre vigente.
Y plantea que “es tiempo de cerrar un ciclo con una crítica profunda, y con una actitud constructiva y de futuro. Quiero un PAN unido y reconciliado. Si ustedes quieren ese mismo PAN, estoy listo para ser su Presidente. Lo digo sin rodeos, sin ambigüedades. En cuanto se abra el registro, me postularé como candidato a la Presidencia Nacional del PAN”.
¿Será Ricardo Anaya el catalizador del panismo cupular al que pervirtió el poder en doce años? La lección del PRD es un ejemplo. Cierto, el PRD no desapareció pero si tiene severos problemas por el desgajamiento de quienes escucharon la voz de Andrés Manuel López Obrador. Conste.
LUNES. El colimense Jorge Luis Preciado volverá a su escaño en el Senado. Una elección se gana o se pierde por un voto. La pataleta durará poco. Digo.
@msanchezlimon
Ricardo Anaya, ¿catalizador?