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Mercadóloga y publicista por profesión, indagadora de la diversidad en las artes por convicción y pertenece al equipo de prensa del Centro Cultural Helénico.

 

 

 

Réplicas que sanan

“No pienso en toda la desgracia, sino en
 toda la belleza que aún permanece”

Ana Frank

Mi recomendación para este enero es la cuentista, psicoanalista y doctora en estudios interculturales, Clarissa Pinkola Estés con su libro Mujeres que corren con los lobos, invirtió 20 años en escribirlo, desmitifica y rescata cuentos en su historia original porque cree que a través de ellos, el ser humano puede comprenderse, hace una arqueología acerca de los arquetipos y un llamado a despertar  los instintos de creatividad y sabiduría…los libros a veces llaman por nosotros y otras veces somos nosotros quienes los llamamos. Recomiendo éste a todo ser que tenga el anhelo de escarbar en su propia naturaleza, para explorar a través de otras culturas que quizá la esencia humana posee un mismo lenguaje. 

 

El miércoles 4 de enero fue particularmente complicado para los pobladores de la CDMX, al salir del museo me despediría de mi madre y retornaría a mi destino abordo de mi bicicleta, pero mi plan fue suspendido debido al ajetreo de la ciudad;  desde algún lugar el caos y el  miedo,  querían ser esparcidos, sin embargo para mí se hizo una cadena fantástica y es que, Frida se inspiró de su dolor, Renate lo transformó en un acto de amor, y para esta escribiente el arte  de la alemana es un recordatorio de cuan necesario es hacer nacer lo luminoso de un hecho doloroso.      

Fue en 1939 cuando Frida creó esta obra, tras su separación con Diego Rivera, ese mismo año nació Renate. En la década de los sesentas ella tuvo su primer encuentro con el cuadro de Las dos Fridas provocándole ambivalencia, una mezcla de admiración e incomodidad. Más tarde Renate residió  22 años en México; el barrio de Coyoacán fue su morada durante seis años, tiempo suficiente para escudriñar la vida y obra de Frida.

 

 

El primer miércoles del año visité el museo Dolores Olmedo junto a mi madre, al entrar en una de las salas evoqué un momento en mi niñez, cuando vi por primera vez la obra de Las dos Fridas. Recuerdo que ambas observábamos el cuadro grande e imponente, mientras ella lo alababa, de lo profundo de mi ser nació una expresión de fealdad, dando pauta para que mi madre me contara la vida de Frida Kahlo. Ese fue mi primer contacto con su obra.          


 

En ese tiempo la Casa Azul tenía 15 años de haber abierto sus puertas como museo, la entrada era libre, pocas veces Renate se encontraba con otros visitantes, “era como entrar en una casa cuyos habitantes estaban temporalmente ausentes y en cualquier momento podrían retornar”, según la artista. En esa apacible intimidad pudo absorber la esencia de Frida como artista y como mujer. En la habitación donde Frida nació, Renate encontró la réplica de Las dos Fridas en blanco y negro, esto la indujo 20 años más tarde a realizar las reproducciones de la pintura y  a hacer realidad una antigua fantasía: rescatar a Frida del dolor, vaciar la pintura de su sufrimiento.

 

 

En esa pintura aparece una Frida doliente y una Frida sana, la que viste de tehuana, relacionada a su raíz mexicana y, la otra Frida, la mestiza con su raíz europea, conectadas con sus manos entrelazadas y una vena que une sus corazones: la mano de la mexicana sostiene un retrato de Diego Rivera, la otra sujeta unas tijeras que intentaron cortar la vena que les conecta. El vestido blanco está manchado por la sangre derramada, envueltas en un cielo nublado, es una obra que expresa a la Frida “sufrida”. Aquel día también  presencié 47 retratos de la misma imagen con diferentes variaciones, creadas por la artista alemana Renate Reichert.       

En cada replica están eliminados todos los síntomas del dolor: la sangre, las tijeras, el corazón roto. Eso fue lo que miré en la sala, 47 réplicas de Las dos Fridas sin su anatomía sangrante, convirtiéndose en dos mujeres sosteniéndose mutuamente por sus manos logrando el  ‘’doble solidario’’, cada replica acompañada de enunciados cariñosos como una especie de diálogo entre Kahlo y Reichert, aludiendo a varias cosas: tradiciones, política, su geografía… puntos de encuentro entre historias inventadas y verdaderas, todas iniciando con la frase “Frida mi vida...”,“…qué bonita cocina tienes”, “…te regalo esta flecha pre colombina”, “… hoy Sor Juana vale $200 pesos”. 

 

La obra de Reichert es un acto de amor, en sus palabras “no se trata de negar su dolor, de no respetarla sino de enfatizar otras de sus cualidades, el amor por la vida, el coraje y el humor”                                                                     
 

 

 

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